¿Quién no ha soñado alguna vez?
No quiero referirme
a las fantasías involuntarias que se producen mientras dormimos. Los sueños a
los que me refiero son esos a los que nos lleva nuestra mente en cualquier
momento del día o de las noches de insomnio; son esas ilusiones que hacemos
materiales con la imaginación. Son situaciones que quisiéramos vivir en algunas
etapas de la vida, esperanzas que depositamos en unos temas determinados que
desearíamos llegar a conseguir.
Desgraciada, o afortunadamente
(nunca sabemos lo que es peor o mejor), de esas fantasías sólo algunas se hacen
realidades y el resto se diluyen y se transforman en vivencias muy diferentes,
a veces mejores y otras ( la mayoría ) más duras que las soñadas.
De pequeños vivimos esas
ficciones como hechos reales: los Reyes Magos, el ratón Pérez, el ser un gran
futbolista, la modelo más bella de las pasarelas, Harry Potter, Superman...
Conforme vamos siendo mayores, nos vamos dando cuenta de las limitaciones que
tenemos de que no todo es como lo vivido en nuestra mente.
En la adolescencia ( preciosa
primavera de la vida ), ya sabemos distinguir perfectamente entre sueño y
realidad; lo vemos todo de color de rosa, pensamos que el futuro será como
nosotros queramos que sea. Deseamos de mayores ejercer la profesión que más
atractiva nos resulta, sin pensar en el esfuerzo, los sacrificios y las
limitaciones que cada uno tendremos que pasar para ser y ejercer lo que
queremos.
Anhelamos vivir las situaciones personales y
familiares perfectas, creyendo que el camino que hay que seguir en la vida es
una vereda fácil y sin espinas, llena de flores silvestres que dan vida a
nuestras vidas, encontrándonos después con un sendero más abrupto de lo
esperado.
Conforme vamos pasando
etapas, nos damos cuenta de que nuestro caminar es una continua lucha que no
siempre se gana, algunas veces se pierde y otras se queda en tablas.
Vemos cómo las cosas soñadas
en unos momentos determinados se han quedado atrás, que ahora son otros los
proyectos que deseamos y por los que luchamos y que, tristemente, en algunos
casos nos hace sentirnos como auténticos fracasados... Y seguimos soñando.
Ya los proyectos son menos
ambiciosos y más a corto plazo, pero esa imaginación (“la loca de la casa”,
como la llama Santa Teresa de Jesús) sigue siendo, afortunadamente, una fábrica
de fantasías que, a veces, añora lo que pudo haber sido y no fue, creándonos
verdaderos conflictos. La lucha sigue y sigue y esperamos que siga siempre
porque donde hay sueños hay ilusiones, y donde hay ilusiones hay esperanzas, y
donde hay esperanzas hay vida.
Sigamos soñando porque, al fin y al cabo, es gratis
y ¡qué bonito es soñar!, ¡qué hermoso poder ser el protagonista de esas
películas imaginativas y llegar a poseer lo impensable de una vida cotidiana.
Pero, ¡ojo!, dejemos los pies en la tierra sin llegarlos a separar de la
realidad.
¡Qué
bello poder decir como el poeta soñador!:
Sueño, sueño, sueño;
sueño siempre con soñar.
sueño, sueño y sueño,
aunque al final estos sueños
nunca se hagan realidad.
Que los sueños de todos
nosotros que puedan traernos amor, paz, justicia, ilusión, felicidad... se
hagan realidad algún día.