Un año más estamos en Navidad. Es esta fecha tan importante para el cristiano, en la que celebramos el Nacimiento de Jesús, un Dios hecho hombre, que vino a
la tierra para enseñarnos una doctrina que se puede resumir en dos
Mandamientos: Amar a Dios y Amar al prójimo.
La Navidad es una fiesta alegre y familiar. En esta época del año parece
que todos nos sentimos más amables, más solidarios, más comunicativos, más
generosos para con los demás.
Para los niños es la fiesta por excelencia, ya que se pasan todo el año
pensando en qué le pedirán a los Reyes Magos, ilusionados con esa noche mágica
e inigualable, y felices tras recibir los regalos esperados.
Conforme nos vamos haciendo mayores, esta fiesta va cambiando de color. Cada vez echamos en falta a más personas queridas que antes nos acompañaron en
la cena de Nochebuena y que, desgraciadamente, ya no están con nosotros. Las
Navidades son más nostálgicas y menos felices aunque se vayan incorporando
nuevos miembros a la familia navideña que nos llenan de ilusión y de esperanza.
Pero... ¿nos hemos parado a pensar que en estos días que tantas
felicidades nos deseamos unos a otros, que tantos regalos nos hacemos, haya
personas de las que nadie se acuerda ni de que existen?
¿Nos hemos fijado que, también en Navidad y en nuestro propio entorno,
hay personas totalmente marginadas de la sociedad, bien porque ellos mismos
hayan elegido esa forma de vida o bien porque la misma sociedad les haya
llevado a seguir ese camino?
Los encontramos tirados en algún banco, por el suelo, sucios,
harapientos, durmiendo en cualquier sitio sobre cartones y tapándose como
pueden del frío y de la lluvia y, casi siempre, con una botella de vino al lado
o con síntomas de haber tomado alguna que otra droga. También les vemos
rebuscando algún resto de comida para poder alimentarse.
-¡Qué pena –decimos-, ¿hay derecho a que vivan así?
-Bueno, pero si ellos quieren...¡podrían acudir a algún albergue o a
algún centro benéfico y así mejorarán su vida!
Esa suele ser nuestra cómoda
respuesta pero... ¿no nos debería quedar en el fondo de nuestro corazón algún
tipo de remordimiento por no hacer algo para beneficiar a estas personas? Tal
vez podríamos hacer alguna cosa por sacarlos del pozo en el que viven. Quizás
podríamos agregar un poquito de arena y añadirlo a los que otras personas ya
están aportando y así, entre todos, formar una pequeña montaña que sirva para
sacar del fondo en el que están, si no todos, al menos a algunas de estas
personas que malviven en estas condiciones.
De esta forma, llevaríamos a la práctica el mensaje de Jesús, el del
Mandamiento del AMOR y así diríamos con más tranquilidad: ¡Feliz Navidad!