Al estar en la época de
la Semana Santa, me gustaría dedicar estos versos a todos los anónimos
costaleros que hacen posible con su colaboración, el “milagro” de
esta fiesta religiosa que a casi todos nos embruja en nuestra Andalucía. Pero,
sobre todo, quisiera dedicárselos a tantos y tantos “costaleros” de la vida
diaria que ayudan a llevar la cruz a las personas que lo necesitan, sin pedir
nada a cambio; esas personas admirables que ayudan a los enfermos terminales, a los “sin techo”, a los que han caído en la desgracia de las drogas, a los que
padecen de soledad y de otros tantos males como hay en el mundo.
Despacio va el costalero cargando sobre el costal, la imagen del Dios que vino a la tierra a perdonar.
Despacio, siempre despacio,
meditando va al andar,
pero poniendo cuidado
en seguir bien el compás.
Aunque vaya acompañado,
sólo con su carga va,
con esa carga divina
y su mente... a meditar.
Con sus hombros doloridos
a oscuras debajo está.
Va pidiendo al Rey del Cielo
le ayude en el caminar.
Mientras huele a incienso y flores
va escuchando al capataz,
sintiendo los suaves pasos
que sus compañeros dan.
También medita despacio
si el sacrificio que hará,
sirve para que la gente
descubra la gran verdad:
Que Jesús nos dio su sangre,
su dolor y su humildad;
desnudo vino a la tierra,
desnudo al cielo se va.
Vino a la tierra en Belén,
por casa escogió un portal;
muere en la cruz ultrajado,
sin gemir ni protestar.
Lo cargaron con su cruz
tras sus carnes azotar,
y cuando pedía agua...
ni se le quisieron dar.
Metido en sus pensamientos
la estación termina ya,
y los nazarenos vieron
a un costalero llorar.