Cuando llega el
otoño, después de vivir miles de días, el alma se resiente y se acongoja,
llenándose de melancolías. ¡Qué lejos queda ya la primavera! Y parece que pasó
tan sólo un día, con sus luces tan bonitas y brillantes, con reflejos de
ilusiones y alegrías.
A los que hemos llegado al “otro otoño”, es decir, al otoño de la vida,
nos parece mentira que esos años hayan pasado tan deprisa. Aún recordamos con
cariño esa adorada primavera, tan llena de sueños y esperanzas, de amores,
desengaños, utopías...
Al llegar el otoño de la vida, nos damos cuenta de que las ilusiones y
esperanzas se han cambiado por realidades; que nuestras ilusiones ahora son más
para los demás que para nosotros mismos; que los colores de la primavera se van
quedando con menos brillo y los tonos van tomando el color ocre de la
serenidad, la templanza...; que las realidades que esperábamos para nuestro
futuro son distintas a las del presente que hemos conseguido, unas veces para
bien y otras para no tan bien; que, conforme vamos cumpliendo años (¡Señor, un
año más!), analizamos y afrontamos las situaciones con más conocimiento de
causa, con más equilibrio; que, cuando intentamos que esos conocimientos
sacados de la experiencia vivida le sirvan a alguien, no valen de nada porque
ese alguien quiere tropezar por sí mismo en la piedra en la que antes
tropezamos nosotros.
Y, así, nos adentramos en esta nueva fase de nuestro existir, que cada
vez camina más rápida y a la que tenemos que aceptar sin dilaciones, porque es
señal ineludible de que hemos vivido las etapas anteriores y que, además, tiene
su propio encanto.
De darnos a escoger, ¿volveríamos otra vez a la
primavera? Habrá opiniones para todos los gustos, pero estamos casi seguros de
que muchos contestaríamos:
-“Sí, pero con los conocimientos que tengo ahora, y así cambiaría
algunas cosas”.
Como eso es imposible, pienso
que, en líneas generales, no volveríamos atrás y elegiríamos seguir viviendo la
etapa de ahora. Lo importante es saber aceptar la realidad, las arrugas que van
apareciendo poco a poco en nuestro rostro, cada una fruto de una experiencia
distinta. No se van a perder las ilusiones aunque la mayoría estén puestas en
nuestros hijos; y vamos a seguir aprovechando los momentos buenos que se nos
puedan presentar, vivir a gusto con nosotros mismos y, si se nos ocurre hacer
algún balance de vez en cuando, mirarlo de forma optimista y así, cuando
lleguemos al invierno gris, si encontramos un balance positivo, siempre será
menos gris y nos daremos cuenta de que
la vida merece la pena ser vivida y que, al final, a pesar o gracias a nuestras
arrugas fruto de las experiencias, hemos conseguido algo que en la primavera no
se puede lograr de forma alguna: la sabiduría.
Esta conclusión me hace
recordar la maravillosa rima de Gustavo Adolfo Bécquer que nos dice:
¿Te ríes?... Algún día
sabrás, niña, por qué;
mientras tú sientes mucho
y nada sabes
yo, que no siento ya,
todo lo sé.
Sólo, que al gran Gustavo Adolfo, el otoño le llegó antes de tiempo y en
estos versos, en vez de ilusión se nota desesperanza, porque lo que es sentir
sensaciones hermosas de la vida, se pueden sentir, no solamente en la
primavera, también en el otoño e, incluso, en el invierno.
Pues a mí me gustaría llegar a "ese otoño" como tú. Un besito (ya soy seguidora).
ResponderEliminar